Qué sorpresa más triste volver de vacaciones y comprobar que la tienda de Cafés Guilis, en la calle del Conde de Peñalver, ha cerrado. Era una de las tiendas más clásicas y tradicionales del madrileño barrio de Salamanca y su escaparate era toda una alegría para la vista. El aroma a café y dulces que se escapaba por la puerta una tentación para el transeúnte. Solía acercarme a menudo a comprar café, y en fechas claves como Navidad o Pascua me divertía parar delante de su escaparate y deleitarme con la decoración de temporada. La tienda era la viva imagen de las confiterías de antaño ya que, a pesar de ser el emblema de la marca madrileña, los productos más vendidos eran los caramelos y los chocolates. Una pena. Por suerte siempre nos quedarán la reseña y las fotos de Raquel Lozano en DolceCity.com, de donde me he permitido el lujo de coger la imagen que ilustra este post.
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Así era el escaparate de la tienda de Cafés Guilis. (Foto de Raquel Lozano en DolceCity.com) |
Ver echar el cierre definitivo a alguno de nuestros establecimientos favoritos genera un sentimiento parecido a cuando un amigo se va, que algo se muere en el alma. Aún cuando detrás de un cierre puede haber infinidad de motivos, es llamativo ver como muchos negocios tradicionales, de los de toda la vida, están cerrando. Últimamente la crisis parece justificar todos los ceses de negocio pero el fenómeno no es nuevo. Hace unos años fui testigo del cierre sucesivo de algunas de las últimas mantequerías y tiendas de ultramarinos que sobrevivían en el barrio de Argüelles. Y que sí, que cuando algo muere algo nace, y que nuestros gustos cambian, los alquileres han de subir, y la gente tienen derecho a jubilarse. Pero es como si se cerrase algo más que la puerta del local, es como si pasáramos una página de nuestra historia.